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Crónica Secreta - Parte I

Escribí esta crónica sobre una niña obsesionada. La publicaré en 4 partes durante el mes. Bienvenidos a este jardín secreto...

La Coleccionista



I – Anatomía de una obsesión
Julio Cortázar escribió dentro de sus Historias de Cronopios y de Famas un manual de instrucciones. En la introducción explica la imperiosa necesidad de combatir lo común de los días, la cansada rutina, con una lista de instrucciones para realizar las tareas más sencillas e inherentes con una sensibilidad casi artística. Es de aquellos momentos que la vida se nutre, de esos pequeños salvavidas donde se busca rescatar las cosas perdidas. En el caso de las obsesiones, las ideas fijas para conseguir una estética personal y privada, se convierten siempre en una burbuja de deseos sublimados y extra-temporales, que creando un espacio novedoso, trascienden en la experiencia de cada individuo.
La necesidad de construir esta crónica basada en la manifestación erótica que surge de las obsesiones personales, es útil en cuanto a su improductividad. Es por esto, y a manera de abogacía por lo sugestivo, lo secreto y la ambigüedad, que es imperativo definir las obsesiones como una práctica subversiva que florece en medio de una sociedad acostumbrada por completo a la inmediatez artificial de la pornografía que transforma la sexualidad en un producto comercial.
La palabra –obsesión- tiene un significado más diverso por su condicionamiento a conceptos socio-culturales, que por definición etimológica. En el sentido literal, quiere decir “La perturbación anímica producida por una idea fija”, y también es sinónimo de manía, obstinación y empeño. Sin embargo, culturalmente suele poseer una conjetura negativa, ya que se asocia igualmente a un comportamiento turbado, enfermizo y anormal. El obsesivo es aquel personaje insistente, con un comportamiento insensato, que termina estremeciendo en alguna medida el orden público, en cuanto a lo moral y ético.  De este término se derivan las ideas de perversión, fetiche, aberración y desviación. Todos estos conceptos están intrincadamente ligados, en un sincretismo definitivo, en medio del cual también aparece la concepción de lo prohibido, lo público y lo privado.
Es entonces como toma forma una obsesión, fijando toda la atención entre un gusto en principio racional que termina siendo dominado por las pasiones más profundas, desarrollando así una fijación que se extiende al plano espacio-temporal. La excusa generalmente es un objeto, una persona, una idea. De ahí en adelante, la obsesión comienza a escalar en proporción, determinando así los diferentes niveles a los que puede llegar un sujeto específico.


II – La Motivación
A primera vista, una niña de baja estatura, pelo oscuro ondulado y largo, y de contextura tan delgada que pareciera como si la menor brisa la fuera a desaparecer. Tiene una presencia frágil, como si cada paso que diera pidiera disculpas de antemano. Sin que diga una palabra, cualquiera adivinaría con facilidad que es tímida, pero como ella dice “soy muy escorpio”, así que su tierna mirada tiene un magnetismo como pocas, como si te dijera que nunca la vas a terminar de conocer.  Daniela comenzó a estudiar Artes Visuales hace 3 años. Desde que recuerda ha estado obsesionada con la idea del tiempo. A medida que éste transcurre la ha llevado a indagar sobre su omnipresencia y omnipotencia. Para ella, el tiempo es dios.
Cuando cumplió 15 años pidió a sus padres un viaje y una cámara fotográfica. Por las usuales pretensiones de su mamá y la ausencia perpetua de su papá, pensó que ninguno haría caso a sus requerimientos, sin embargo se sorprendió aquel día cuando al volver del colegio tenía sobre su cama la caja de una cámara pequeña, con muchas funciones, entre ellas grabar vídeos sin sonido. El viaje vino después, pero para ella lo más importante ya estaba en su poder. Así comenzó a experimentar haciendo vídeos caseros y fotos, diariamente. Recuerda incluso que vio en YouTube a un hombre que había hecho un vídeo con la recopilación de fotografías que se tomaba a sí mismo a lo largo de los años, la secuencia mostraba su evolución en pocos minutos. Aquel proyecto materializaba ese afán extraño que siempre había sentido, el de superar al tiempo, moldearlo, modificarlo y tratarlo a su antojo.

En medio de su nuevo pasatiempo, los cambios hormonales y los afanes adolescentes por experimentar y relacionarse, la aquejaban. “Hasta ese momento nunca había sido una persona muy sexual, creía que nada de esas cosas me interesaban como a mis amigos, pero había días en que era imposible ignorar a mi cuerpo”. Así fue como empezó a fusionar su pasión metafísica y artística con las pulsiones corporales que sufría.  Explorando la red encontraba cientos de mujeres y hombres que se grababan por medio de sus web cams, vídeos “amateur”, donde personas sin aparente experiencia aportaban una gota al vasto océano cibernético. Era eso lo que a ella le interesaba, además de capturar su cotidianidad, como ya venía haciendo, enjaular en clips de video los cambios físicos y mentales que atravesaba.
La primera vez que utilizó su cámara con fines eróticos lo hizo sola, al principio nunca pretendió incluir a otra persona, incluso aunque tenía un novio y creía estar enamorada. Tendría 16 o 17 años, y ya por varios meses había rondado la idea de intimar con su cámara. Cuenta que se levantó en la madrugada a causa de un sueño erótico que la había impactado por el extremo realismo de las sensaciones que le produjo, abrió los ojos y ya tenía la mano entre las piernas. Prendió una luz en su mesa de noche, tomó rápidamente su cámara y en modo de video oprimió el obturador. Cuando amaneció sentía una sensación de placentera vergüenza que la invadía, sentía la dicotomía entre haber pisado terreno prohibido y haber captado la esencia de lo que siempre estaba buscando. Había empezado un nuevo ritual.

Con el paso de los años, Daniela comenzó a explorarse con la cámara, su experiencia se conjugaba, en principio, con la post-producción de sus vídeos. Sus orgasmos se prolongaban en una sensación que ella compara apropiadamente con la del cazador al obtener su presa, descuartizarla, prepararla y luego engullirla. No era entonces el acto sexual personal que se limita a unos minutos de placer intenso, lo que ella sentía era una apropiación casi literal de su erotismo. Sus secretos ahora se materializaban, y todas las sensaciones derivadas de eso la llevaban a apreciar y guardar con recelo y enorme cuidado cada cosa que hacía.


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