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Cuento



I.
Estaba sola. ¿Salir o quedarme en mi casa? Pensé quedarme, como siempre. Quedarme en mi safety blanket, en mi lugar cálido, en mi cueva de los sueños, donde nadie me perturba el andar ni el estancamiento. Finalmente decidí lo contrario y nadie contestaba su teléfono. Dejé llamadas perdidas, mensajes de texto, mensajes de voz, de whatsapp, de todo o que se me cruzó por la cabeza y la tecnología. Amelia me llama tarde, como siempre, y aunque sabía que a esa hora mi mamá me podría poner problema, ya no había opción para desperdiciar tanto maquillaje y pompa. Salí acelerada, sin avisar más que con un adiós afanado y un pie cruzando la puerta. Cogí cualquier taxi y le di las direcciones que recordaba hasta la casa de Amelia. El coqueteo usual hizo de un camino recorrido un pequeño infierno de incomodidad y paranoia. [Aquí fue, me mató, se acabó, Dios, perdóname por ser lo que fui, perdóname por no despedirme de mi mamá, protégela siempre, no dejes que mi hermano siga saliendo tanto, perdóname Señor]. El chofer del taxi me preguntaba de todo, le parecían lindas hasta mis pestañas, y le parecía chistoso decirle “suegrita” a mi mamá. Tomó cada camino desconocido de la ciudad, y cuando yo ya estaba dispuesta por sobre todas las cosas a lanzarme irremediablemente por la puerta del carro y rodar hasta la muerte, llegué, sana y salva. No estoy acostumbrada a que no me dejen cruzar ni la puerta de la portería, pero minutos después de anunciarme, el señor portero accedió a confiar en mi pinta de fufa ocasional y subí hasta el apartamento de Ame. Entré como si fuera una desconocida a una fiesta que no esperaba encontrar. Paz, la hermana de Amelia, me señaló donde estaba ella, todavía alistándose, y sin reparo me presentó a todos sus amigos treintañeros e interesantes. Mientras todos celebraban su propio existir en aquella sala desproporcionadamente amplia, Ame y yo fuimos a la cocina, en busca de algo que comer para retardar un poco la borrachera para la que nos habíamos preparado toda la semana. Ame siempre me dice que llegué justo cuando se acabó el mercado, así que cuando la visito solo podemos comer arepas viejas con jamón que sabe a nevera. En mis intentos de chef pretendí hacer un improvisado topping con todo lo que se me atravesó por los ojos y el hambre, y en mi distracción famélica no me di cuenta cuando Paz había entrado a la cocina a presentarle a Ame a su recién llegado amigo. Un tipo alto, bronceado, con el pelo mono del sol y un bigote que solo me provocó besar, atravesó el umbral de mi deseo y la puerta. Parecía un surfer adonis, el que más te podría hacer sufrir sobre la faz de esta y todas las tierras que pises. Era hermoso simplemente. Saludó a Amelia, y sin que nadie me presentara, me saludó a mí con un particular entusiasmo que me hizo sentir un terremoto en las rodillas. -Hola, soy Mora, ¡gran gusto conocerte! --Hola, me encantan tus gafas! Eres tan inteligente como para merecer usarlas? [¿Qué podría decir yo? ¿Sí? ¿No? Cállate y bésame?] Me reí nerviosamente mientras me quitaba las gafas a su pedido. Me reí nerviosamente mientras se las puso. Me reí nerviosamente mientras me las devolvía. Y me reí nerviosamente hasta que lo llamaron para que les contara a todos los demás amigos, cuyos rostros no recuerdo, acerca de su nueva adquisición con potencial: una impresora en 3D. recuerdo pensar que eso sería parte de su charm maldito, su esperada vida de dolce far niente que a pesar de sus más treinta años me ayudaría a mantenerlo en el recuerdo como una aparición supra-temporal y secretamente sagrada. Salimos al estrecho balcón del apartamento, a fumar un rato mientras salíamos, esperando tal vez que nos regalaran algo de tomar para darle calor a la noche, o que mejor, llegara mi Surfer Adonis a llevarme con él en una ola de sueños eróticos. Salió de pronto Gala, una amiga de Paz. La común chica de aspecto intimidante, gafas cat eye alargadas con un piercing del tamaño del mundo en su labio inferior, el pelo teñido de blanco con las raíces descaradamente negras y taches en cada prenda que usaba. Era bajita. Siempre he pensado que las personas con una altura subnormal tienen siempre un complejo extraño, una actitud de eterna pelea con el mundo, como si su nacimiento les hubiera quedado debiendo una parte, y por lo mismo son más agresivas; compensan los centímetros de longitud con agudeza criminal en sus palabras. Solo llegó a saludarnos e intentó tirar un poco de onda, se veía venir un silencio incómodo y en ese instante llegó el Surfer Adonis. Se sentó justo en frente mío, y como era tan alto como yo no era posible que cupiéramos sin tocarnos. En medio de aquella estrechez afortunadamente incómoda, nos hizo preguntas de rutina, y por primera vez en la existencia, era obvio que poco o nada le importaban las respuestas de Ame, pues cualquier tres bobadas que yo balbuceaba nerviosamente él las celebraba con una sinceridad coqueta. Todo parecía un idilio perfecto, hasta que por mencionar que estudiaba algo mínimamente relacionado con vídeo, Gala comenzó a hablar sobre las injusticias sociales del medio y blah blah blah. Todos sentimos la pesadez de ese tedio izquierdista, excepto ella, que hablaba como si su vida dependiera de aquel improvisado discurso. Yo, especialmente apenada con Surfer Adonis, a pesar de no deberle ninguna explicación, intenté hacerle ojos de que todo me importa tan poco como a él, de que si él quiere nos vamos y vivimos el resto de nuestros días de su impresora en 3D, que nuestros hijos no tendrán que sufrir las injusticias del medio audiovisual colombiano, y que si él quiere yo lo mantengo]. Pero él no vio mis ojos, quizás mis gafas no lo dejaron, y salió dándonos la excusa quimérica de que la canción que estaba sonando la había prometido a otra de sus amigas. El universo comenzó a colapsar bajo mi corazón roto por la lujuria no consumada, hasta que Vero me llamó al celular, avisándome que nos estaba esperando. Salimos del ahora frío apretuje de ese balcón, y nos despedimos. Surfer Adonis me dijo que estaban por salir también a otro lugar, que mejor fuéramos con ellos. Yo miraba con esperanza a Ame, quién yo sabía no había escuchado los pedidos ingenuamente atrevidos de Surfer Adonis. En el fondo sabía que no era más que un capricho de esos que nunca puedo evitar, esos que siempre acaban con más ilusión y menos acción de la que yo busco; estaría nerviosa toda la noche, mirándolo incómodamente, esperando a que sus sonrisas desde una esquina opuesta del lugar se convirtieran mágicamente en una declaración de amor irremediable, convertida en mil besos de la boca al cuello, sus manos traviesas peleando con mi ropa apretada, y mis cucos más mojados que las olas del mar. Pero la realidad sería otra, y luego, desolada por mi usual y sobria timidez, terminaría mi noche viéndolo besuquearse con una guapa mujer, su propia Venus Cosmopolita (a la que él de verdad merecería). Salimos Ame y yo, nos adentramos en la oscuridad de las calles y caminamos con un rumbo determinado, comentando acerca de todo lo poco o mucho que acababa de pasar.

1 comentario:

  1. Me gustaría que sigas la historia, o si ya lo hiciste que me pases el enlace para leer, por favor. Me gusto muchísimo, gracias.

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