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El rincón de los corazones rotos.

No sé si es casualidad o causalidad, pero últimamente sólo escucho sobre corazones rotos y solitarios. Algo más cruel que entregarlo todo y perderlo como polvo, no creo que haya. Sé bien que el amor es incondicional, y que se supone que el que ama de verdad no espera nada a cambio, y sí, pero la cuestión es mucho más complicada.
Partamos del hecho de que cuando amamos nos partimos. Nos hacemos un medio, para encajar con esa persona que pensamos ideal. Así que cuando las cosas se acaban, por más problemática que haya terminado siendo la situación, nos quedamos rotos, llenos de dolor, lágrimas y mocos. Se siente como si hubiera sido algo literal, como si en realidad nos hubieran hecho pedacitos la mitad del cuerpo. Lo sé, es un poco gráfico, pero sé que si lo han vivido saben a qué me refiero. Si todavía no han pasado por tales penurias, aunque suene macabro, se los recomiendo, porque por cursi que suene, mientras dura, el amor es perfecto.Recuerdo cuando tenía como 12 años, que mi mamá me llevó a un café llamado Jacque’s. Era pequeño y lujoso, lleno de cuadros, abarrotado casi hasta explotar de gente y postres. Cuando abrí la carta, hubo algo que me llamó mucho la atención, y no era sólo porque tenía chocolate, se llamaba “Amor perfecto”. Como romántica empedernida que soy, lo pedí. Para mi desilusión era un postre pequeñísimo. Empecé a comerlo, primero rápido y con ansias, luego más despacio cuando veía cercano su fin. El último bocado me dejó con ganas de más y con cierta desesperación. En ese momento entendí por qué se llamaba así, y es que bien deben saber que así es el amor: dulce y efímero. Excepto en algunos casos en que no sé bien cómo, la gente hace que perdure hasta que la muerte los separa.

De acuerdo con estudios científicos, el cerebro procesa el rompimiento amoroso igual que procesa una herida física, así que cuando decimos que sufrimos de un corazón roto, para nuestro cerebro y cuerpo es verdad. Pero no todo es tan sencillo, no es como que así mismo haya una cura, ni una vacuna preventiva. En cuestiones de amor, nada puede evitarnos darnos golpes, ni todo el raciocinio del universo. 

Hace ya casi 11 meses terminé con mi último novio (Dios.. ¡Cómo pasa el tiempo!). No
ha sido nada lindo desde entonces. Puedo decir que por primera vez sentí que toqué fondo. Con él, las cosas empezaron rápido y yo sentía que a su lado todas las fantasías que había tenido se habían hecho realidad. Sin darme cuenta, me dejé llevar en una danza enamorada hasta rincones del corazón que cambiaron por completo la persona que era. No diré que me arrepiento de nada, no cambiaría las cosas que terminaron pasando, porque hoy entonces no sería yo. Para hacer una larga historia corta, él me hizo creer que había encontrado al amor de mi  vida, al hombre con quien quería pasar el resto de mis días. Al final, todo terminó en una gran pérdida y golpe tras golpe de realidad. Debo aceptar por primera vez que las cosas empezaron a fallar poco antes de que cumpliéramos un año juntos, pero nada pudo prepararme para que él permitiera que otras mujeres se pusieran en el medio. Díganme ustedes, cómo la persona a la que le haz prometido el cielo, las estrellas y el infinito puede llegar a significar tan poco como para que un día así no más otra pese igual...

Sobra decir que fue más que desastroso el final de la relación, ha sido un proceso de casi un año, como mencioné antes. Un año donde no había podido hacer el duelo pertinente sino hasta hace una semana, cuando él decidió que era momento de volver a enamorarse. A pesar de que durante el último año tanto él como yo nos habíamos enredado con otras personas, siempre había sido de manera casual. Sé que suena estúpido e ingenuo, pero él, pese a lo que había ocurrido, me había prometido jamás dejar mi lado, aunque no fuéramos novios, me había dicho que nunca iba a encontrar a alguien que significara tanto como yo,  motivo por el cuál prefería quedarse sólo. También me dijo que dejaba nuestra relación porque sentía que a mí todavía me faltaba mucho por vivir, y que en unos años, cuando fuera momento de formalizar las cosas, no podría estar tranquilo sabiendo que cabía la posibilidad de que yo me arrepintiera por sentir que me había perdido de muchas cosas. Ingenuo o no, estúpido o no, todas esas promesas resultaron ser una cruel mentira que duró hasta el día que apareció su actual novia. Pero antes de poder odiarlo o sentir esas ganas imperantes de hacerle vudú, creo que he llegado a entenderlo.

Está bien, no puedo entenderlo a él, pero sí al ser humano, o al amor. A través de esto que pasó puedo entender que como hombres somo increíblemente maleables según nuestro contexto. Es decir, cuando nos llega el momento perfecto nunca dudamos en prometer hasta la eternidad, porque eso es lo que nos hace sentir el amor. Nos hace sentir infinitos, inmensos y capaces de evadir la muerte y el destino. El amor es entonces la única prueba que tenemos de que Dios existe, de que debe haber algo más allá de nuestros cuerpos y nuestras mentes limitadas por una realidad que no siempre es ideal. Es por esa razón que aunque hoy sienta que mi corazón está agotado y marchito, quiero volver a amar, no me quiero negar ese pedazo de cielo sólo porque un pequeño mortal no supo qué hacer conmigo. 




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