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Crónica Secreta: Parte III

Continúa la historia de Daniela, la coleccionista de experiencias y personas. Pueden encontrar la primera y segunda parte aquí:
Parte I
IV – Las herramientas
Su creciente colección de cámaras fotográficas y de vídeo se han convertido, cada una a su manera, en extensiones de sí misma. Daniela no es Daniela sin el lente curioso que siempre la acompaña. Antes que su mal llamada perversión, estuvo la romántica idea de ser dueña del tiempo. Ella es más dueña de su cuerpo que la gente común. Ha logrado transformar el acto humano por excelencia, el sexo por placer, en un objeto artificial, ella es la protagonista, literalmente, de su vida. Detrás de su pose tímida, se esconde un monstruo del deseo que habita en una cosmología particularmente suya.
Partiendo del hecho de que sus cámaras son más que un útil artefacto a su servicio, una parte fundamental e inseparable de cada situación que ella atraviesa, vale la pena apreciar la miscelánea de objetos que ha ido recolectando para transformar(se), en cada nuevo episodio que caracteriza. “A medida que he ido grabándome, tanto con hombres como con mujeres, me ha parecido que es importante jugar también con los roles, como sofisticar lo que hago. Como ya dije, jugar con el tiempo también incluye jugar con distintos personajes y distintas situaciones”. Y exactamente es eso lo que ha hecho. Por medio de juguetes eróticos y corrientes, de pelucas, disfraces, luces y un largo etcétera, Daniela actúa en sus distintas películas, como si tuviera vidas paralelas que no puede descuidar.

En su obsesión se despliegan  las más dispares perversiones y desviaciones, manteniendo un hilo conductor por medio de las capturas cinematográficas. El fetiche está finalmente arraigado a la exploración de mundos que para muchos son impenetrables, con la ayuda de objetos inanimados. Y es ahí donde está la ironía, en la sutileza de ser observada por una máquina, ella todo el tiempo buscando complacer a la cámara. Como si fuera esclava de esta, intercambia los roles en un baile sensual que le permite desconectarse de la persona que está grabando, como si su espíritu permaneciera en la silla del director, en el ojo del camarógrafo, y su cuerpo, como un despojo con voluntad automática siguiera sus instrucciones en medio de ese escenario.





V – La puesta en escena.
El escenario es sencillo y constante, pero Daniela trabaja en él con dedicación, lo arma y desarma a su antojo y conveniencia. Su cuarto no es más su lugar en el hogar, las cuatro paredes que lo delimitan se sufren mutaciones permanentemente, tanto en beneficio de la escena ficticia que decide interpretar, como de las ventajas técnicas para mantener vigente la regla de oro, la secrecía que encarna el acto mismo. De este modo, y con algunos tropiezos detrás, ella ha perfeccionado trucos como un mago empedernido. Alguna vez la han atrapado, acto seguido ella ha bajado el telón en medio de la obra y despedido a aquel actor que llegó a ser consciente de su condición. Daniela es celosa en cuanto a su método, como un médico acaba con la vida de su paciente con un mínimo error,  si las cosas fallan en cualquier medida, se ve obligada siempre a volver a empezar, pero en otro momento, en “otra de sus vidas”. Ahí está también la belleza de su obsesión, borrar la memoria de la cámara, también borra la memoria de Daniela, todo lo que no queda registrado nunca ocurre.
Entrar en este santuario de lo erótico y lo visual es intimidante para los pocos privilegiados que llegamos a ser premiados con el ticket de oro, al saber los secretos que guardan sus paredes. En apariencia es un lugar normal, corriente, incluso raya en lo ordinario. No pasa mucho tiempo hasta que se hace necesario preguntar ¿Cómo ocurren las cosas aquí? Con algo de duda en su expresión, Daniela abre las puertas de un clóset de madera que se encuentra bajo llave, inmediatamente en frente de una cama doble desordenada. Hay un mueble de madera en una esquina de la habitación, donde un televisor viejo siempre está apagado. “Es ahí detrás donde pongo la cámara sobre un trípode pequeño, con la luz apagada nunca se ve, y le puse un pedacito de cinta aislante negra a la lucecita. A veces, si es necesario le tiro una camiseta para que se note menos, aunque igual está grabando perfectamente. También pongo una segunda cámara en otro trípode en el piso, apuntando hacia arriba, y pongo todos los cojines de mi cama en frente y atrás, para que se disimule. Igual me he dado cuenta que nadie se queda pensando en que esté desordenado ni nada de eso, la gente con la que me meto solo tiene una cosa en la cabeza, y mientras se los de, no pasa nada”.
Solo han sido 2 las veces en que ha salido de su morada usual, intentando extender las posibilidades de sus actos. Pero aun así, el método es muy similar, y siempre busca lugares donde pueda organizar sus cámaras previamente. De lo contrario, desiste irremediablemente. Pero ella siente que todavía le quedan muchas cosas por hacer, muchos escenarios que construir e invitados por pescar, razón por la que no se aventura fuera de la puerta de su cuarto. Daniela ha elegido un camino obsesivo que tiene tanto de ancho como de largo, y en su afán por reinventarse y procura no dejar ni un milímetro sin inspeccionar. Así mismo, ella, su cuerpo, es en sí un escenario vital, ya que es su vida lo que persiste en escrutar, sus sensaciones son el lugar donde reside la obstinada idea de aprehender el tiempo.

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